24 junio 2004

La Gripe

Hormigas exploradoras visitan la cueva del viento.
El gigante aún duerme sin percatarse de las minúsculas pisadas retumbando en el suelo tibio y rosado. Una vez más han cumplido su tarea, han de arrastrar consigo un centenar de seres como ellas, han de invadir la húmeda morada de un ser que nunca debió ser despertado. Una, dos, cien, mil...Van creciendo en espacio, van asomando un ruido infernal. Las puntas de sus patas van clavándose sobre la blanda superficie, poniéndo en cuenta al ogro gigante del viento, que despierta enfurecido y sopla con violencia, tratándo de despedazar los pequeños cuerpecillos que se aferran unos a otros intentando proteger su existencia. Pero el ogro gigante de los vientos, habitante perenne de la cueva, ciego de la ira, entra en un frenesí incontrolable de venganza, y ruge sin parar, cada vez más fuerte, aún cuando ya solo son pocas decenas de ínfimos insectos los que quedan aún en sus dominios.
Finalmente en un último y desesperado intento por salvar el pellejo, las hormigas imploran al Dios del Pensamiento, rogando fuera enviado un salvador, un campeón que selle la cueva que se conviertió en el lecho de muerte de su pequeña colonia de seres vivientes. Al presenciar la desesperación reinante, el Dios del Pensamiento se llenó de infinita compasión y envió al Ave de las Cinco garras, que después de una feróz lucha, logró cerrar por fin las puertas de la infame cueva de los vientos.

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