13 febrero 2010

Metáfora histórico-afectiva

Creo que comenzaré a pensar que toda aquella historia era cierta. No se por que se siguen una a la otra en ires y venires de mi vida. Hace tantos años, una tras la otra. Entradas y salidas. Blancos y negros dolores alegrías. Tan dicotómicas, tan alto contraste que se han vuelto, tan digitales, pero ahí siguen, una detrás de la otra, ceros y unos, blancos y negros en mi vida.

Un día llega para quedarse, para tatuarme su nombre en la espalda, detrás del corazón. Donde no pueda verlo pero aun así me siga. Un día, busca la llave, quiere salir corriendo por la puerta, cerrarla y nunca mas abrirla. Y como un genio que en vez de salir entra a la botella, llega la otra, para ser como el aire que respiro. Todos los días, todos mis días entrando por mi nariz, inundando mi sangre, mi cerebro.

Pido ayuda al cielo, para no ser tan feliz y el cielo llega. A rescatarme, siempre, detrás de mí, con la llave en la mano, integrada con los poros de mi espalda. Empujando, un paso a la vez, a veces 7, a veces diez menos de la cuenta. Afuera no hay aire, podría respirar lo que quisiera, incluida su piel.

Intoxicada, de tanta codicia de aire, caigo tendida al suelo, se cierra la puerta, se pierden las llaves de repuesto. Se me cerro la reja, la ventana esta abierta. Es como una cárcel, de la que no puedo escapar y a la que tampoco me puedo acostumbrar. Ya no tengo fuerzas para abrir la puerta, nise quien tiene la llave, ni tengo aire para respirar, ni se, si en realidad es aire lo que necesito, o es un cable de 200 megavatios de voltaje, conectado directo a mi cerebro, conectado directo al corazón. Donde secretamente hay una copia mal hecha de la llave, de la puerta, de la casa, de la ventana abierta, que tengo que cerrar porque el aire debe acabarse para que yo pueda morir y algún día nacer de nuevo. Sin tatuajes.

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